domingo, mayo 10, 2009


Chípil

Bien, la escritura y yo parece que nos llevamos mejor en ciertos momentos de la vida. Quizá sea algo enfermizo... (me voy al almuerzo familiar del día de la madre —ojalá fuera en Cuernavaca—: pausa temporal, continúo esto más tarde) Bien, ya llegué. Han pasado más de doce horas desde que comencé a escribir esto, y gracias a la magia de la tecnología, específicamente a los mensajes de dos vías, el estado chipilezco desapareció por completo. Claro que soy suceptible de recaer, pero creo que no por ahora. Bien, iba a decir que la escritura en mí es algo tormentoso, no por el hecho en sí de escribir, sino porque en situaciones tormentosas de mi vida es cuando soy más prolífico (o cuando me pagan, pero esa producción es plástica). En el estado chipilezco de la mañana, se comenzaba a aflojar la pluma y a salir las palabras que han estado trabadas hace un tiempo, saln a cuenta gotas, aunque han sido gotas muy certeras. Pero gracias a la transformación de mi estado de ánimo, me di cuenta de que en situaciones no tormentosas sino absolutamente contrarias, lo que pasa es que las ideas que surgen son tan geniales que no me las creo de inmediato, y me lleva tiempo procesarlas antes de escribirlas; en efecto me siento más maduro, razonable y con pleno control de las palabras cuando estoy en calma (o en calma feliz que es mejor).
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Por otro lado, pues quiero decirle a Idalia algo: lo siento, mi chica no tiene blog. Así que no la podrás leer al menos en esa forma. Pero te puedo hablar mil maravillas de ella cuando quieras. Yo le pasaré tus saludos. Por cierto, ¿me darías tu opinión de una novelilla que ando trabajando?
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Por otro lado (sí, parezco dodecaedro), sé que las palabras que se me han ido por el momento por perder el significado, resurgirán con más fuerza que en su propio origen: serán el fénix abrasado en el infierno, donde apenas los oropeles podrán cauterizarse y arder hasta desintegrarse y borrar el rastro de las mentiras que fueron, de los malos usos, las malas palabras*, las falsedades o verdades a medias. No sé cómo pasará eso, pero seguro pasará, porque sé que ahora mismo arde en el infierno ese fénix, pero cuesta mucho trabajo que se abrase. Pasará tiempo, no sé cuánto, pero cuando pase, el aigurio de pureza, renacerá con la fuerza de nombrar algo por primera vez. El tigre será tigre por primera vez mentado y sus garras, sus «mullidas pisadas de resorte», sus rayas y colmillos, podrán por vez primera asombrar al hombre: su evocación dará miedo y fascinación. El tigre dejará de ser un desconocido conocido y se podrá acudir a él en la seguridad del círculo al rededor de la fogata. (Pero también vendrá en sueños que serán pesadillas, asaltará de noche y ampliará sus dominios: ser nombrado le abrirá el mundo.)
Pasará igual con los «galgos morados del amor», sobre todo con ellos. Y sobre todo ella.
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Y por otro lado: ella: deidad única de religión verdadera de dos feligreses. Riesgo del Becerro de Oro latente, herejía, anatema, cisma. Pero eso parece siempre al inicio. Todo al comenzar es rebelión, ruptura, caos; y cuando se logra (si no se logra es ideal nostálgico) empieza el retornar del hombre, el colapsarse en sí mismo: la otredad desdoblada en espiral pero al centro: abismada en el origen, allí donde uno se puede ver en el espejo del otro diáfanamente. Y ver al fin la pureza de las almas. Dicen que los ojos son la ventana de las almas. Yo me compro el dicho siempre y cuando se trate de gente honesta (al menos medianamente) —y que no se trate de actores—.
Yo le pregunté a alguien muy especial, cuyas respuestas (aunque a veces no las oiga por su tono o volumen de voz) tomo mucho en cuenta y son muy importantes para mí, que si pensaba que los ojos —sólo los globos oculares— podrían demostrar alguna sensasión, sentimiento, o cualquier cosa (dejemos de lado el marco: párpados, cejas, pliegues, comisuras). Me dijo que sí pero muy poco, coincido. Quizá los demás gestos (los del marco) se puedan imitar, pero el dilatamiento de la pupila minúsculo, que sucede con el cambio de humor (como si pequeñísimas variaciones de luz se registraran a cada momento), ése no se puede fingir y allí radica mucha de la verdad —La Verdad—. Por eso digo (y todos digan conmigo, cuando la palabra pierda sentido, cuando el mundo desconfíe de su sombra, cuando el amigo traicione a mansalva): mira mis ojos. Los ojos son la Diana de la verdad, allí aterriza la saeta infalible donde une jille belle et inteligent (qui aime un bermellón) podría comenzar a creer.
Mira mis ojos, Diana.

*malas palabras: No sé si ya lo escribí alguna vez en este blog, o si sólo se lo he dicho a mis amigos, pero en mi opinión las malas palabras existen siempre, pero no son aquellas que la gente cataloga como buenas palabras (e. g: pendejo, puto, mamón, chingar, etc...); sino que las malas palabras son malas palabras en cuanto a su mal uso, como decir pon eso sobre la puerta; queriendo decir mesa. Entonces puerta es una mala palabra, o como decir amo, cuando en realidad no es así. Las malas palabras entonces, son todas las empleadas erróneamente o fálsamente.
Recordatorio para mí: Debo mandar los guiones para mañana

5 comentarios:

Ictericia dijo...

A ti no, a Diana que sale contigo en tu foto sí. Tomamos un par de clases juntas acá en Puebla. Pero cuéntame cómo está eso.

Gracias por el aviso.

Idalia dijo...

Hola, yo no he tomado clases contigo en puebla pero no importa.
Qué mal que no tenga blog. Oblígala a sacar uno.
Me encantó eso de las malas palabras, no son más bien "lapsus" y ahí sí que se asoma cierto supuesto saber sobre el inconsciente.
Saludos a los dos.

Si vemos lo de la novela pero antes tengo que decirte si vas a aguantar la crítica o si solo quieres que te diga que es una maravilla (?)

Francisco Puente dijo...

A Ale:

¿Pero qué onda ocn tu mail?
¿Por qué me lo mandaste?

A Marie:
Te dejo post en tu blog.

Anónimo dijo...

*Mal uso de las palabras

Siempre lo supe
quizá por es siempre dolía...

Es una agradable sorpresa que lo reconozcas.

Francisco Puente dijo...

Cómprate una vida.